Dijeron
que se estaba quedando ciego por una afección en la cornea, que sufría de
trastornos nerviosos, que le acababan de diagnosticar Alzheimer. Lo cercaban algunas
formas de la impotencia que no estaba dispuesto a conocer, lo cercaban otras
circunstancias que estuvieron ocultas durante muchos años.
En el
amanecer del 2 de julio de 1961, la escopeta de dos cañones de Ernest Hemingway
fue disparada y oficialmente se presentó como un accidente desgraciado. No hubo
una mínima explicación, una palabra. El ángulo del disparo tampoco permitió saber
si se trataba de un suicidio. El suicidio de Ernest Hemingway.
Depresión,
ceguera, Alzheimer, FBI. Cualquiera pudo
ser la causa o todas a la vez. Lo cierto
es que Hemingway vivió 1960 bajo el signo de la incertidumbre, ansioso o
deprimido por la seguridad de que el FBI lo espiaba. La historia es vieja, repetida.
La última vez fue Aaron Edward
Hotchner el que contó una de esas tardes: Ernest le dijo a Hotchner que la gente del buró
federal lo escuchaba, le interceptaba el teléfono y la correspondencia. Lo seguían,
lo seguían. Como los demás amigos,
Hotchner pensó que Hemingway se estaba
poniendo esquizofrénico.
La muerte
de Hemingway cumplió 51 años, el tiempo necesario en Norteamérica para que un
presidente negro aspire a la reelección, para que la economía se arrodille y se
levante tímidamente, para desclasificar
algunos documentos secretos.
Ahora
sabemos que sí, que el J. Edgar Hoover del
que ahora se filman películas, había ordenado espiar a Ernest Hemingway porque pescaba en cuba y se
paseaba por sus hoteles y comía junto a la playa. Por lo Hoover aseguraba, era un plan para fortalecer la red anti
fascista de espionaje Crook Factory.
Coletilla:
A los que advierten los peligros del engaño y el fascismo siempre les
diagnosticarán locura, y a veces son necesarios 50 años para saber la verdad. Otras, no se tiene tanta suerte.
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