Por Norwell Calderón Rojas
(FRAGMENTO DEL TEXTO DEL MISMO NOMBRE CONSTRUIDO A PARTIR DE LOS EJERCICIOS Y EXPERIENCIAS COCMO TALLERISTA)
Estas opiniones son, por encima de cualquier otra consideración, las apreciaciones de un lector y no las de un critico; calidad profesional de la que me se ajeno, no solo por falta de preparación sino también por falta de vocación. Se también que al permitírseme realizar la lectura de los estos textos, se me invitaba a la complicidad amena del lector y no al oficio – complejo oficio – del critico.
Ahora bien, como lector estoy en la obligación de hacer observaciones y en algunos casos generar juicios vinculados a mis personales preferencias. Por respeto a los autores he procurado ser responsable y directo, entendiendo que se espera de este ejercicio un mínimo esfuerzo de reflexión, sinceridad y soporte argumental a las puntualizaciones.
Aunque en general uno lee cuentos comprando boleto de un solo pasaje, una vez terminados y saboreados estos, comenzamos a auscultar las sensaciones que nos han deparado, y luego, a veces sin mucha precisión, buscamos certidumbres racionales respecto del sabor o insipidez del bocado de ideas y sensaciones que contiene un texto. En nuestros ejercicios se trata de cuentos. Entonces – para seguir con el símil de cocina – es cuando uno juega y especula sobre los ingredientes, el orden en que fueron dispuestos, el dosaje que se les asigno, el acierto de los instrumentos escogidos, el conocimiento de los gustos de los comensales, en el tiempo adecuado de cocción y el tipo de presentación mas atractiva, etc. y etc. Porque son variados los detalles y reflexiones que deben agotarse si se quiere pasar del mero gusto de leer al ejercicio de la escritura creativa.
Como en el ejemplo en que comparamos la escritura con la preparación de una cena, no es el tema (o el plato), lo principal, aunque algunas personas parecen creer lo contrario. Para mí cualquier tema es bueno desde que sea bien desarrollado. No son los temas, son las historias la que pueden ser imperfectamente contadas.
Como alquimia que es, la escritura no tiene unas reglas específicas, y sin embargo cada vez que escribimos, nosotros mismos como pequeños dioses estamos inventando las reglas de nuestro mundo. Creamos la eternidad de cinco o diez minutos cada vez que alguien abra la ventana de sus paginas y es con ese alguien, con ese indeterminado lector con el que negociamos un acuerdo silencioso.
Un pacto en el que ofrecemos un universo de reglas establecidas casi desde la misma presentación, que se percibe en el lenguaje, en la distancia del narrador con respecto a la historia, en los detalles del ambiente y las características de los personajes. Como sucede en una cinta de mafiosos, si se transgrede el pacto habrá consecuencias.
Cuando aun no estamos medianamente familiarizados con nuestra herramienta, los escritores solemos cubrir nuestras deficiencias argumentando que son un recurso de experimentación. Pero incluso esta obedece a unas leyes que deben conservarse en el texto, pues son las presentaciones y códigos con los cuales usted y el lector pueden comunicarse y delimitar el mundo de su narración. Para poner un ejemplo desde nuestra literatura, el mundo sin demasiados énfasis del Gaviero, de Álvaro Mutis, no puede transformarse en la pirotecnia del universo macondiano de García Márquez. El Gaviero nunca correrá enloquecido tras las fantasías y extasiantes locuras de José Arcadio Buendía. Si así sucediera, si en el mundo de Mutis se filtraran Melquíades, los gitanos, Pietro Crespi y las mariposas amarillas, el pacto se rompería y el lector sentiría una palpable irrealidad, que, sin embargo, no percibe en las obras de García Márquez porque en ellas el lector ha aceptado que ese mundo es así: desmesurado y cíclico.
En algunos de los cuentos que han formado parte de los diversos talleres se encuentran fracturas en el universo creado. Veamos unos ejemplos, que hemos modificado con el propósito de no incomodar a sus autores.
Uno de los talleres propuestos es el ejercicio de creación de Personajes. Y uno de los ejercicios invita a los participantes a imaginar y desarrollar historias sobre personajes históricos muy conocidos. La razón: es más fácil trabajar sobre premisas populares, acercarse suavemente a la creación de las dimensiones que componen ese ser imaginario al que llamamos personaje. Contamos con una información base: su tiempo, algunos hechos muy comentados, biografías, comentarios de nuestros conocidos y maestros. Por supuesto son de esperar diferencias de percepción e interpretación en los participantes. Si, por vía de ejemplo, se trabaja la figura de un presidente, no sería extraño que alguien lo revista de un carácter magnánimo; habrá también quien le atribuya uno perverso. Ahora bien, veamos algunos rompimientos del pacto escritor lector que se dieron en los ejercicios:
Premisa: Si un personaje es escogido por su existencia histórica, el contexto en que se desenvuelve debe conservar su lenguaje y dicción lo mas cercano a la realidad, porque de allí derivara la eficacia del efecto perseguido. Esto obviamente no se aplica cuando existe el claro propósito de alterar esa más o menos convencional certeza para el desarrollo de la trama, el efecto o los incidentes.
• En algunos cuentos, como sucedió en el que figura Fidel Castro, los personajes hablan como personas del altiplano cundí boyacense: mijo, su mercé, etc. Y no se observa en ello un propósito.
• En un cuento cuyo personaje es Hitler, el autor omitió el primer nombre (Gustavo). privando de una información (y de paso una clave), al lector. Con ello este puede sentir que, en la búsqueda de la sorpresa, el autor le hizo trampa, le escamoteo una información al cual tenía derecho dentro del juego que el escritor ha propuesto. Nuestro lector deberá ser sorprendido por la ingeniosidad de los recursos, pero debe contar con la información mínima para no ser golpeado mientras tiene una venda en los ojos.
• Si se trabaja sobre personajes ficticios (un hombre-vampiro clásico), deben respetarse – mientras no sean claramente recreadas en la narración actual – las formas y presupuestos del personaje y de la historia que el lector conoce y acepta de antemano. Por ello los rayos del sol de una de las historias no pueden aparecer sin consecuencias para el personaje. Al no introducir aclaraciones ni modificaciones en la historia, esos rayos solares deben quemar o al menos causar algún daño al personaje. Esos son los presupuestos aceptados sobre los que debemos trabajar.
• Las afirmaciones, cuando son observaciones o comentarios personales, no tienen posible replica del lector. Sin embargo, cuando pretenden conformar una verdad (dentro de la ficción de un cuento), cuando se proponen definir una objetiva fijación de la realidad dentro de la historia, no pueden tener fisuras. Es el caso de una historia sobre Batman, el hombre murciélago, cuya identidad es deducida por el Guasón. En el cuento el lector puede refutar la lógica del descubrimiento del Guasón, quien descubre la identidad de Bruno Díaz por algunos elementos encontrados en la baticueva. ¿por qué? Porque el Guasón no agotó (no tuvo en cuenta) que esos elementos podían pertenecer o ser usados por quienes, no siendo murciélagos, comparten ese espacio con Batman (Robin y Alfred).
Ahora bien, en punto de la trama es de considerar que el lector se siente a gusto donde encuentra la fragilidad de las cartas con la rigurosidad de un castillo de naipes. Un solo movimiento en falso haría caer la frágil estructura, pero ella se sostiene perfecta bajo sus leyes. Cada pieza ocupa su lugar, cada peso es calculado de tal forma que una modificación destruye, como en un cuento o poema, su conjunto. Hasta los datos ocultos son parte de la historia, como las cartas sin destapar cuentan en el juego de naipes para el triunfo final. Al igual que las leyes universales permiten predecir el lugar de un planeta que aun no se ha visto, en la literatura podemos predecir un evento principal por la sombra con que cubre los eventos secundarios. El padre violador esta en la tristeza, en la rabia, en la actitud de la victima. Es satisfactorio encontrar este hallazgo en uno de los ejercicios. No se dice nunca que Evaristo ha violado a Susana, pero todos lo vamos percibiendo poco a poco de sus encuentros.
Al escribir creamos una ficción que debe aparentar volumen. Los espectadores de la exhibición del primer corto de la historia cubrieron sus rostros o saltaron cuando vieron acercarse un tren en la pantalla. Esa apariencia de realidad (que no es la realidad), es nuestra meta. Mentirosos astutos como magos que cortan a la mitad a la modelo, no podemos dejar ver que nuestro acto es una apariencia. Solo así podremos dirigir la mirada del lector al punto que queremos, mientras nuestra asistente se escabulle bajo una cortina de palabras. La simulación ha terminado, certera en los detalles, sincronizada; pero para que funcione debemos conocer el oficio y sus trucos, “a la una, a las dos y a las...tres: las paginas baten sus alas y la historia vuela.
Mientras tanto en nuestros cuentos del taller existen olvidos a los que la historia no puede asumir sin soporte, puesto que ella misma al crear su realidad debe ser bastarse a si misma.
En el material literario de los talleres encontré que los cuentos son fundamentalmente anecdóticos y parecen pretender una sorpresa al final. Las ideas son buenas; los relatos en cambio deben ser más cuidadosos en la elaboración de la trama, tanto como rigurosos en el inventario de sus elementos.
Estoy hablando de ejemplos en los que un detalle o un objeto son claves en la comprensión o el desarrollo de la trama. Estos no pueden omitirse, dejar de ser nombrados antes de que el personaje los necesite – entregándole al lector la responsabilidad no establecida de suponer que los tiene -. En un cuento es una caja de fósforos y en otro un lapicero, ambos indispensables para solucionar la dificultad del personaje, pero que solo aparecen en el momento de encender la fogata en la isla desierta, por citar sólo el primer ejemplo.
En otro cuento el elemento ausente es la nunca señalada tacañería del personaje principal, sin la cual no serian muy claros detalles como la ausencia de jabón en su casa (siendo un comerciante adinerado) o la compra que hace su esposa en una tienda y no en un supermercado (como correspondería a su aparente estatus social). Si esta no se menciona o evidencia, el cuento se desploma por la desconexión de sus elementos. Hay algunos otros detalles similares en diversos textos.
En algunos casos se nos pasan detalles sin aparente importancia: la escritura correcta del apellido del actor Swayze, protagonista de un texto, el confundir el significado de disparos y balas (en un cuento El Capitán). Más allá de si el lector lo nota o no, el escritor no puede darse el lujo de que estos detalles aparentemente inanes sean mínimamente percibidos por quien lo lee y lo distraigan y arranquen de la magia de su narración. Más severo aun es el lector con errores como las fechas históricas (en un cuento se equivocaba el año de inicio de la segunda guerra mundial).
Como escritores tenemos la atención del lector, su tiempo. Él podría estar produciendo dinero, paseando el Malecón, viendo cine o escuchando música. A cambio de eso, el lector espera respeto. Entonces cómo no entregarle el mínimo esfuerzo de verificar los datos (históricos o no), contenidos en lo que le presenta el autor: su trabajo.
Obviamente un poco de revisión supera estas pequeñas tachuelas del texto, que sin embargo algunas veces impiden al artista conseguir el objetivo que se propuso con su obra. Es la carpintería tediosa pero necesaria a la que los lectores esperamos que sea sometido el cuento para que nos llegue sin bordes que nos distraigan.
Debemos ser humildes al juzgar nuestros textos. Si estos se leen en diez minutos y debemos explicarlos en treinta, algo en nuestra perspectiva esta fallando y no hemos logrado aclarar y transmitir. Siempre seremos aprendices de magos, pero al momento de salir al escenario la mano debe estar firme, segura. Entonces metemos la mano al sombrero blanco de la hoja y con una sonrisa empezamos a sacar un universo.
NORWELL CALDERON ROJAS